Lima y los días de la Furia.
Lima y los días de la furia
Perú, 2023.
La Plaza 2 de Mayo, ubicada en el centro de la ciudad de Lima, se viste de miles de banderas blanco y rojo a partir de las 2 de la tarde bajo el sol abrazador del verano sudamericano. Miles de peruanos de todo el país se arremolinan en la inmensa glorieta para comenzar una más de las docenas de movilizaciones que se han llevado a cabo desde el 7 de diciembre que la vicepresidenta Dina Boluarte fue colocada como presidenta interina de la nación tras la detención del presidente electo Pedro Castillo, dirigente de izquierda que gobernaba desde el año 2021.
Aproximadamente una hora después la multitud se convierte en un río humano que se desborda de colores, banderas y pancartas que piden lo mismo: La renuncia de la presidenta interina quien no fue electa para el cargo de presidenta de la nación y que algunos sectores consideran usurpadora de la posición presidencial y de darle la espalda a Castillo para su beneficio. Aunado a esto, ella ha calificado las protestas en su contra como parte de movimientos terroristas y no ha dudado en aplicar todo el peso de la policía nacional para reprimirlas de manera violenta y convertir el centro de la capital en el escenario de escaramuzas entre los indígenas, obreros, campesinos, veteranos del ejército y estudiantes que han mantenido la convicción de su protesta y no han claudicado ante la presencia policial.
Las marchas inician tranquilas. Bandas de música amenizan el paso de los miles de participantes, mujeres indígenas con sus vestimentas tradicionales encabezan los contingentes, estudiantes gritan con la furia juvenil sus exigencias y muestran su indignación con pancartas y consignas, pero es casi de ley que la mayoría lleva consigo máscaras antigas, pañuelos empapados en vinagre y botellas de agua con bicarbonato para el inevitablemente encuentro con los miles de policías que han cercado la capital y al menor pretexto entran en acción.
La paz se rompió en Plaza Bolognesi. Pero puede ser en cualquier plaza. Docenas de uniformados colocados en línea, con escudos, cascos y tolete forrado en una inútil capa de hule espuma impiden el paso de los manifestantes. No hay diálogo. Más de una vez se le dice al comandante que la movilización promete ser en paz… si los dejan pasar. El comandante responde con un par de descargas de gas lacrimógeno que escupen dos escopetas que cubren los oficiales de escudo y tolete y se desata la batalla.
En un santiamén las bandas callan y el humo dispersa a la primera línea de manifestantes que pueden huir del lugar mientras otros caen ante las descargas de gas. En una segunda línea, los jóvenes del contingente comienzan su defensa: Piedras, palos, cartuchos recién disparados y la enorme valentía de la fuerza de voluntad sirven para contraatacar al enemigo entrenado, con recursos y enviado a hacerles daño.
El humo pica los ojos, nariz, garganta y pulmones y provoca un lapsus de pánico que impide reaccionar o ponerse a salvo. Es ahí cuando entran los desactivadores. Con sus manos enguantadas con andrajos y una garrafa de agua y bicarbonato, sumergen las bombas de gas en el líquido y neutralizan los bombazos de la policía, que también van acompañados de ataques de perdigones.
¡Nadie se rinde carajo! ¡El pueblo no se rinde carajo! – gritan a todo pulmón los que ahora enfrentan la batalla por su derecho a la protesta por su democracia y prosiguen con su defensa mientras la policía se reagrupa al mismo tiempo que algunos oficiales recogen los casquillos que han disparado para borrar la evidencia.
Este tipo de ataques que podrían considerarse disuasivos han cobrado la vida de más de 60 personas desde que iniciaron las protestas y son el sello de la recién nacida administración de Boluarte.
Los contingentes se reagrupan. Cada escaramuza dura entre 10 y 15 minutos hasta moverse y reagruparse. Por más de 5 horas han durado los enfrentamientos. Hay heridos por los perdigones, por el gas y por los golpes certeros de la policía, que tiene como característica el rodear con todos los elementos que pueda a una persona y golpearla entre todos con los toletes, puños, patadas y a carabinazos; como el caso de un adulto mayor que gracias a sus gritos de pavor y dolor pudo ser escuchado por un joven fotógrafo que encaró valientemente a los policías y sólo así soltaron al malherido anciano.
Al caer la noche es cuando también comienzan las balas reales, dicen los participantes. Se intensifica bajo el cobijo de la oscuridad el conflicto y un bando prende fuego a un basurero mientras el otro responde con disparos directos y entran los motociclistas policiales que arrollan , cual caballería, a quien se les ponga enfrente sin dejar de arrojar cuantioso gas y recibir de manera constante refuerzos .
Al final exhaustos, heridos pero con la ira más legítima, después de horas…. La multitud se dispersa y promete más. Más protestas, más furia y más inconformidad. Porque la voluntad debe ser la de ellos.
Perú, 2023.
La Plaza 2 de Mayo, ubicada en el centro de la ciudad de Lima, se viste de miles de banderas blanco y rojo a partir de las 2 de la tarde bajo el sol abrazador del verano sudamericano. Miles de peruanos de todo el país se arremolinan en la inmensa glorieta para comenzar una más de las docenas de movilizaciones que se han llevado a cabo desde el 7 de diciembre que la vicepresidenta Dina Boluarte fue colocada como presidenta interina de la nación tras la detención del presidente electo Pedro Castillo, dirigente de izquierda que gobernaba desde el año 2021.
Aproximadamente una hora después la multitud se convierte en un río humano que se desborda de colores, banderas y pancartas que piden lo mismo: La renuncia de la presidenta interina quien no fue electa para el cargo de presidenta de la nación y que algunos sectores consideran usurpadora de la posición presidencial y de darle la espalda a Castillo para su beneficio. Aunado a esto, ella ha calificado las protestas en su contra como parte de movimientos terroristas y no ha dudado en aplicar todo el peso de la policía nacional para reprimirlas de manera violenta y convertir el centro de la capital en el escenario de escaramuzas entre los indígenas, obreros, campesinos, veteranos del ejército y estudiantes que han mantenido la convicción de su protesta y no han claudicado ante la presencia policial.
Las marchas inician tranquilas. Bandas de música amenizan el paso de los miles de participantes, mujeres indígenas con sus vestimentas tradicionales encabezan los contingentes, estudiantes gritan con la furia juvenil sus exigencias y muestran su indignación con pancartas y consignas, pero es casi de ley que la mayoría lleva consigo máscaras antigas, pañuelos empapados en vinagre y botellas de agua con bicarbonato para el inevitablemente encuentro con los miles de policías que han cercado la capital y al menor pretexto entran en acción.
La paz se rompió en Plaza Bolognesi. Pero puede ser en cualquier plaza. Docenas de uniformados colocados en línea, con escudos, cascos y tolete forrado en una inútil capa de hule espuma impiden el paso de los manifestantes. No hay diálogo. Más de una vez se le dice al comandante que la movilización promete ser en paz… si los dejan pasar. El comandante responde con un par de descargas de gas lacrimógeno que escupen dos escopetas que cubren los oficiales de escudo y tolete y se desata la batalla.
En un santiamén las bandas callan y el humo dispersa a la primera línea de manifestantes que pueden huir del lugar mientras otros caen ante las descargas de gas. En una segunda línea, los jóvenes del contingente comienzan su defensa: Piedras, palos, cartuchos recién disparados y la enorme valentía de la fuerza de voluntad sirven para contraatacar al enemigo entrenado, con recursos y enviado a hacerles daño.
El humo pica los ojos, nariz, garganta y pulmones y provoca un lapsus de pánico que impide reaccionar o ponerse a salvo. Es ahí cuando entran los desactivadores. Con sus manos enguantadas con andrajos y una garrafa de agua y bicarbonato, sumergen las bombas de gas en el líquido y neutralizan los bombazos de la policía, que también van acompañados de ataques de perdigones.
¡Nadie se rinde carajo! ¡El pueblo no se rinde carajo! – gritan a todo pulmón los que ahora enfrentan la batalla por su derecho a la protesta por su democracia y prosiguen con su defensa mientras la policía se reagrupa al mismo tiempo que algunos oficiales recogen los casquillos que han disparado para borrar la evidencia.
Este tipo de ataques que podrían considerarse disuasivos han cobrado la vida de más de 60 personas desde que iniciaron las protestas y son el sello de la recién nacida administración de Boluarte.
Los contingentes se reagrupan. Cada escaramuza dura entre 10 y 15 minutos hasta moverse y reagruparse. Por más de 5 horas han durado los enfrentamientos. Hay heridos por los perdigones, por el gas y por los golpes certeros de la policía, que tiene como característica el rodear con todos los elementos que pueda a una persona y golpearla entre todos con los toletes, puños, patadas y a carabinazos; como el caso de un adulto mayor que gracias a sus gritos de pavor y dolor pudo ser escuchado por un joven fotógrafo que encaró valientemente a los policías y sólo así soltaron al malherido anciano.
Al caer la noche es cuando también comienzan las balas reales, dicen los participantes. Se intensifica bajo el cobijo de la oscuridad el conflicto y un bando prende fuego a un basurero mientras el otro responde con disparos directos y entran los motociclistas policiales que arrollan , cual caballería, a quien se les ponga enfrente sin dejar de arrojar cuantioso gas y recibir de manera constante refuerzos .
Al final exhaustos, heridos pero con la ira más legítima, después de horas…. La multitud se dispersa y promete más. Más protestas, más furia y más inconformidad. Porque la voluntad debe ser la de ellos.